Aprendimos a bailar en silencio
para contrarrestar el ruido que genera la ironía del azar, con mimo,
bajo las estrellas,
sin música, solo con el sonido genuino de nuestros suspiros,
con el loco palpitar de los latidos inflamables.
Descalzos y risueños,
mirándonos a los ojos (para no perdernos de vista),
jugando a ser inmortales, como estado vital,
sin necesidad de ser políticamente correctos.
Aprendimos a bailar en el umbral de nuestros labios,
a pasar de las obviedades, a combinarnos con todo,
solo para buscar la excusa perfecta
de hacer algo único y mágico
desafiando todas y cada una de las leyes de la humanidad
que se conocen.
Aprendimos a boicotear al puto karma que nos busca joder a diario
(sin renunciar a nada, sin conformarnos, sin dejar de luchar por nuestros derechos)
y recargar de buenas intenciones las noches de pasión
(alterando las mariposas que revolotean por nuestro estómago).
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